Lengua en colores

LOS COLORES Y LA LITERATURA
La literatura es el arte de la palabra, del trabajo con la palabra. Esta es la materia con la que el escritor “esculpe”, “pinta”, “compone” la idea,  en un equilibrio semántico que suele ser el mayor logro de un buen poeta o narrador.  Tradicionalmente, se habla de imagen en Literatura refiriéndose al recurso estilístico que a través de un enunciado verbal,  transmite la sensación que puede ser recreada por medio de algunos de los sentidos (vista, oído, tacto, gusto, olfato), y cuyo valor está precisamente en su capacidad movilizadora de las sensaciones del lector. Son las denominadas “imágenes sensoriales”. Pero es a partir de las vanguardias estéticas de principios del siglo XX , con sus intenciones innovadoras y sus experimentaciones de ruptura con los cánones clásicos tradicionales, que se va modificando la relación de la palabra con otros significantes. Uno de los más claros ejemplos de estas novedosas formas de relacionamiento expresivo, fueron la creación de “caligramas” cubistas,  esto es, poemas que  a través de un diseño gráfico en un manejo no convencional del espacio,  construían “dibujo” con la palabra, y cuya intención era leer palabra e imagen, en una unidad significativa de retroalimentación mutua. A partir de ello, ya nada sería igual en el arte.
No obstante, este proceso innovador tiene antecedentes en movimientos de fines del siglo XIX, como el Simbolismo francés, que ya proponía una poesía centrada en la construcción del símbolo, en el que el signo lingüístico se pone en sintonía con otros lenguajes, como el pictórico y el musical, tal como lo expresan las poesías de Artur Rimbaud:
VOCALES
A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales,
diré algún día vuestros nacimientos latentes:
A, negro corsé velludo de las moscas brillantes
que zumban alrededor de hedores crueles,
golfos de sombra ; E, candor de los vapores y de las tiendas,
lanzas de los glaciares orgullosos, reyes blancos, escalofríos de umbelas;
I, púrpura, sangre escupida, risa de labios bellos
en la cólera o en las borracheras penitentes;
U, ciclos, vibraciones divinas de los mares verdosos,
paz de las dehesas sembradas de animales, paz de las arrugas
que la alquimia imprime en las grandes frentes estudiosas;
O, supremo clarín lleno de estridencias extrañas,
silencios atravesados por mundos y por ángeles:
-O el Omega, ¡rayo violeta de sus ojos!


LA ESTRELLA LLORÓ ROSA
La estrella lloró rosa al corazón de tus orejas,
el infinitó rodó blanco de tu nuca a tu espalda,
el mar adornó con perlas rojas tus senos bermejos
y el hombre sangró negro en tu flanco soberano.
EL MAL
Mientras los escupitajos rojos de la metralla
silban todo el día en el infinito del cielo azul;
mientras escarlatas o verdes, junto al rey burlón
se desploman en masa los batallones bajo el fuego;
mientras una espantosa locura machaca
y hace de cien millares de hombres una pila humeante
- ¡Pobres Muertos!, en el verano, en la yerba, en tu alegría,
¡Oh, Naturaleza!, tú que hiciste a estos hombres santamente-,
Hay un Dios que se ríe de las telas adamascadas
de los altares, del incienso, de los grandes cálices de oro;
un Dios que con el balanceo de los hossanas se duerme
y sólo se despierta cuando algunas madres, recogidas
en su angustia y llorando bajo su vieja toca negra,
le dan una perra gorda liada en su pañuelo.

Esta influencia impacta en poetas latinoamericanos como el nicaragüense Rubén Darío (modernista) y la chilena Gabriela Mistral;

SONATINA (Ruben Darío)
  La princesa está triste...¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

    El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión. [...]

    ¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar [...]

     ¡Pobrecita princesa  de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

    ¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
-la princesa está pálida, la princesa está triste-,
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

    -«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».


   El cisne en la sombra parece de nieve;
su pico es de ámbar, del alba al trasluz;
el suave crepúsculo que pasa tan breve
las cándidas alas sonrosa de luz.

   Y luego, en las ondas del lago azulado,
después que la aurora perdió su arrebol,
las alas tendidas y el cuello enarcado,
el cisne es de plata, bañado de sol.

   Tal es, cuando esponja las plumas de seda,
olímpico pájaro herido de amor,
y viola en las linfas sonoras a Leda,
buscando su pico los labios en flor.

   Suspira la bella desnuda y vencida,
y en tanto que al aire sus quejas se van,
del fondo verdoso de fronda tupida
chispean turbados los ojos de Pan.

     Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo
botón de pensamiento que busca ser rosa;
se anuncia con un beso que en mis labios se posa
al abrazo imposible de la Venus de Milo.

     Adornan verdes palomas el blanco peristilo;
los astros me han predicho la visión de la Diosa;
y en mi alma reposa la luz como reposa
el ave de la luna sobre un lago tranquilo.

    Y no hallo sino la palabra que huye,
la iniciación melódica que de la flauta fluye
y la barca del sueño que en el espacio boga;
     Y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,
el sollozo continuo del chorro de la fuente
y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.



Azul loco y verde loco
del lino en rama y en flor.
Mareando de oleadas
baila el lindo azuleador.

Cuando el azul se deshoja,
sigue el verde danzador:
verde-trébol, verde-oliva
y el gayo verde-limón.

¡Vaya hermosura!
¡Vaya el Color!

Rojo manso y rojo bravo
?rosa y clavel reventón?.
Cuando los verdes se rinden,
él salta como un campeón.

Bailan uno tras el otro,
no se sabe cuál mejor,
y los rojos bailan tanto
que se queman en su ardor.

¡Vaya locura!
¡Vaya el Color!

El amarillo se viene
grande y lleno de fervor
y le abren paso todos
como viendo a Agamenón.

A lo humano y lo divino
baila el santo resplandor:
aromas gajos dorados
y el azafrán volador.

¡Vaya delirio!
¡Vaya el Color!

Y por fin se van siguiendo
al pavo-real del sol,
que los recoge y los lleva
como un padre o un ladrón.

Mano a mano con nosotros
todos eran, ya no son:
¡El cuento del mundo muere
al morir el Contador!


Estos poemas muestran una fuerte presencia del color, en un abanico de posibilidades interpretativas, desde la ligazón estética que vincula cada vocal con un color específico, hasta la búsqueda del símbolo de belleza más contundente.

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